Por. José Ignacio Muñoz Córdoba, líder del pilar de Mejoramiento de la Gobernanza Forestal de Visión Amazonía.
Noticia publicada por Visión Amazonía.
La Amazonía es una oferta de olores, sabores y colores aún por descubrir. Mantener viva su riqueza natural aporta mucho más al desarrollo que seguir deforestándola.
Hoy, cuando la economía es la gran preocupación del mundo a raíz de los estragos de la pandemia de la covid-19, los esfuerzos públicos y privados deberían concentrarse en la búsqueda de un modelo productivo que garantice el equilibrio entre crecimiento económico y preservación del medio ambiente y que supere la debilidad del país para construir sostenibilidad. En este escenario, para Amazonia es necesario el tránsito de un modelo extractivo a uno sostenible, que sea bajo en deforestación, competitivo con base en sus factores diferenciadores (riqueza natural y diversidad cultural) y que mejore las condiciones de vida de las poblaciones locales.
La respuesta a cómo impulsar el progreso del país en general y de Amazonia en particular en estos momentos tan difíciles está en nuestros bosques, por sus innegables aportes al tema de la salud, alimentación, medio ambiente y economía. Y el bosque pensado no solo como fuente de materias primas, sino también en las enormes posibilidades que tiene su conservación, su recuperación y su aprovechamiento como una puerta hacia un horizonte más productivo y más sostenible para muchas comunidades.
Amazonía, una riqueza estratégica.
El 52%, aproximadamente 60 millones de hectáreas del territorio colombiano está cubierto de bosque natural, de las cuales 36 millones se encuentran en la Amazonia Colombiana. Para entender las dimensiones de este recurso y por qué deberíamos valorarlo más (recuerde nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde) basta con decir que nuestro país tiene 1,2 hectáreas de bosque por cada persona; mientras que el promedio mundial es de solo media hectárea por cada individuo. A pesar de esta enorme riqueza natural, el país ni siquiera abastece su mercado interno de madera y tiene una balanza negativa comercial y en crecimiento desde 1990. Estas áreas de vocación forestal están siendo transformadas aceleradamente por el establecimiento de cultivos ilícitos, el acaparamiento de tierras, por la construcción de infraestructura, la minería ilegal y especialmente por la expansión de una frontera agropecuaria en la cual una ganadería ineficiente alimenta 0.7 cabezas de ganado por hectárea entre otros.
Para gestionar el recurso forestal de manera sostenible, se debe ir más allá de la problemática de la deforestación. Esto tiene que ver con la sociedad y la necesidad de mantener y aumentar los servicios, beneficios económicos y la salud de los bosques como parte del mejoramiento de su calidad de vida, entendiendo que la deforestación en la Amazonia Colombiana es la consecuencia del fracaso de un modelo de desarrollo que no ha integrado las áreas forestales a la dinámica de ocupación del territorio y desconoce la actividad forestal como un componente principal para dinamizar la economía de la región. ¿Resultado? Un patrón cultural arraigado en el colono que ve en los bosques un “obstáculo” para mejorar su calidad de vida y que acepta como verdadera la creencia que es mucho más rentable una vaca en una hectárea que una hectárea de bosque productivo de especies maderables y no maderables aprovechados sosteniblemente.
Si bien la economía como la conocemos (de fuerte dependencia a la producción y la explotación sin control) continuará aun rigiendo al mundo después de la pandemia, sin embargo el cuidado del medio ambiente, el consumo responsable, el aprovechamiento sostenible de recursos, el comercio justo, la relación ciudad-campo se imponen como imperativos éticos para construir una sociedad más equitativa.
Oportunidades en el horizonte
¿Sabía usted que hoy hay más bosque cerca a Mocoa y Leticia que hace 20 años? En parte debido a que la conciencia ambiental cada vez toma más fuerza, pero también debido a que las comunidades locales han encontrado en el turismo de naturaleza por ejemplo, un sector que dinamiza la economía en su conjunto por la generación de empleos productivos, por el fortalecimiento de restaurantes y hoteles, transporte local y múltiples actividades conexas.
El turista nacional e internacional llega a estas ciudades para conocer la belleza natural y cultural, propias de estos destinos. A partir de ello, las comunidades empiezan a obtener recursos económicos derivados de estas actividades y a pensar de manera distinta: si el turista llega buscando naturaleza, entonces no podemos seguir tumbando el bosque. Ahí empieza la construcción de un modelo de Economía de Selva más responsable y sostenible.
Hacia una economía de Selva.
Colombia no solo es un país caribeño o andino, pues cerca de la mitad de su suelo está compuesto por ecosistemas amazónicos. Esto es algo que generalmente pasamos por alto.
La Amazonía es una nueva oferta para el país llena de olores, sabores y colores que muchos ignoramos. La enorme riqueza natural de la Amazonía colombiana, representada en frutos amazónicos (copoazú, el arazá, el açai, la canangucha o el camu-camu), en plantas medicinales, maderables y alimenticias y especialmente su riqueza cultural son activos estratégicos que harán del aprovechamiento sostenible el camino para mejorar la calidad de vida de las personas que habitan este territorio.
Por lo tanto, en la medida que los colombianos empecemos a descubrir y valorar la enorme riqueza natural que tiene esta región, irán apareciendo nuevas formas de consumo que nos permitirán proteger Amazonia, desde los grandes centros de mercado con compradores responsables que saben que consumen y que dejan de consumir.